Bajo la etiqueta de «filosofía», abundan libros que aprovechan el tirón de personajes del cómic, series y cine, para elevarlos a la categoría de pseudopensadores
Hommer Simpson debatiéndose entre el bien y el mal
Hace ya –¡cielo santo!– casi medio siglo, John Lennonse pitorreaba malamente del «karma instantáneo» que, a la manera de café autosoluble o comida en bote, proporcionaba al consumidor lelo la banda de avispados sinvergüenzas que emprendió la saneada tarea de proveer de un alma de recambio al descreído Occidente. Era el tiempo de los harikrishnas dando botecitos encantadores por las calles. Y aLennon y a los suyos, uno de aquellos gurús cantamañanas les había levantado ya una pasta suntuosa. Como todas las estafas, tuvo su estación de éxito. Efímera. Y, como todas, dejó un recuento de piltrafas. Cedió a otra, a otras. Y a otras. Y a otras… Es desolador para los ateos serios constatar hasta qué punto acierta el Chesterton que sugiere, malévolo, cómo la lástima de dejar de creer en Dios no es que no se crea en nada, es que se acaba por creer en cualquier cosa.
Dice Hölderlin, en uno de los más grandiosos poemas de toda la literatura, haber visto huir a los dioses, y saberse así ya eternamente condenado a añorarlos. Aquel que no soporta la devastadora belleza de la añoranza, les inventa sucedáneos. Son ridículos las más de las veces, cuando no algo mucho peor que ridículo. Al último de los sucedáneos deíficos, editores avispados han dado en plantarle encima una etiqueta de prestigio: «filosofía». Y encuadernar, bajo esa catalogación respetable, sus nuevos catecismos.
Platón en nuestra memoria: a eso llamamos, en rigor, filosofía. Disciplina nacida en el sinsentido de la Atenas que naufraga tras la guerra del Peloponeso y que –la tesis es de Colli– agota su recorrido en el ciclo de una sola generación: la que va de Platón a Aristóteles yEpicuro. Disciplina poco simpática, que llevará a su inspirador,Sócrates, a ser condenado a muerte; a su inventor, Platón mismo –aunque el adjetivo «filósofo» aparece ya en Heráclito–, al borde del desastre en aquel intento de mundanizar políticamente sus tesis que narra la Carta VII.
Espiral sin desenlace
¿De qué habla la filosofía? En rigor, de nada. De nada que pueda ser resuelto, en todo caso: de la circularidad misma del lenguaje, paradoja que, dice Platón, no puede ser nunca agotada. De tal paradoja da cuenta la más vieja aporía griega. Que podría ser reducida a su esqueleto mínimo de este modo: uno se planta ante otro y dice: «miento». Si miente es veraz, si es veraz miente… La espiral gira. Sin desenlace. A esa espiral llamamos filosofía. Su primer descubrimiento es que no hay sentido, que en la suposición de sentido late siempre una religión no confesa; y que las religiones inconfesas suelen ser letales.
Pero el sentido retorna. Bajo diferentes camuflajes. Nada hay más pertinaz en la mente humana que esa superstición que exige dotar a la realidad de finalidades. Las que sean. Al precio que ello exija. Vivir en esta ausencia de orientaciones ciertas, en este «juego más divertido que ningún otro, pero sólo juego», al cual llama Platón filosofía, exige una dureza de espíritu difícil de soportar. Es la dureza de la cual deja constancia Schelling en 1828: «Quien quiera de verdad filosofar ha de renunciar a toda esperanza, a todo deseo, a toda lamentación, no debe querer nada, ni saber nada, ha de sentirse solo y pobre, darlo todo para ganarlo todo. No es cosa fácil: es penoso separarse, por así decir, de la última orilla».
Que, en vez de la «última orilla», la palabra «filosofía» haya venido a poblar los anaqueles de best sellers –curiosos objetos paralelepipédicos que sin ser libros adoptan todas sus revestiduras–, debería llamar nuestra atención. Y nuestra sospecha. Contiguos a la estantería que atiborran los manuales de autoayuda –negocio obsceno, pero no mentiroso–, han florecido junto a las cajas de los supermercados culturales cosas comoLos Simpson y la filosofía, Los superhéroes y la filosofía, Perdidos: la filosofía,Harry Potter: la filosofía… Cualquier cosa de éxito y la filosofía.
Hay algunos de esos paralelepípedos de papel impreso que estáncorrectamente manufacturados (aunque, eso sí, por igual desastradamente traducidos). Coinciden con los originalmente puestos en el mercado por editores norteamericanos, que de eso del best seller saben lo suficiente para no hacer chapuzas. Lo de los Simpson o lo de los superhéroes, lo redactan media docena de especialistas universitarios, nada carentes de gracia y en los que uno puede entrever formación semiológica sólida. Hacen trabajo alimenticio, lo cual es inatacablemente honesto. Y lo hacen, por lo general, bien. Saben que el material sobre el cual operan es trivial. No implica eso que no les guste:de lo trivial está hecha la mayor parte de nuestros entretenimientos, y sin ellos vivir se nos haría mucho menos soportable. Se lo pasan bien jugando en un territorio dado al juego. Y el lector se lo pasa bien leyéndolos. Si algo saca en limpio de su lectura, tanto mejor para él. El objeto es, en todo caso, desechable: se usa y a la papelera.
Todo vale
Los clones europeos se muestran, como corresponde a su incompetencia, bochornosamente serios. No es que se lo pasen bien revisando, en la distancia adulta, la mirada admirada de su infancia, la simpleza de su adolescencia. Es que se toman en serio el trabajo alimenticio. Revisten a Harry Potter con ropajes de Aristóteles. Hablan de la planicie mental televisiva como la peculiaridad contemporánea de Leonardo Da Vinci (una serie televisiva es transmutada así en «obra de arte… que requiere desde el inicio compromiso, implicación en forma de suplementos de escritura… que interactúen con la complejidad del propio mundo en expansión transmedial», ¡toma castaña!). Y, con perseverancia de petit-maîtreproceden a superponer sobre los mayores infantilismos la jerga postmoderna más impecablemente imbécil. Es lo que tiene haber empezado diciendo que «todo vale», sin molestarse en precisar lo que la cajera del híper sabe: cuánto vale y bajo qué condiciones de mercado. El sentido del ridículo sale de allí zumbando.
«Antaño, cuando era joven…», dice Platón haber soñado dedicarse a la política. Apostó por el rodeo meditativo al cual llama filosofía, cuando entendió que nada en torno suyo tenía sentido. Pero él vivía en un mundo adulto. A nosotros nos tocó este de in-fans. Que, carente fe, pone su fe en cualquier cosa.
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