Entre sus operaciones más audaces están la venta del Palacio de Buckingham por 2.000 libras esterlinas, el Big Ben por 1.000 y la Columna de Trafalgar por 6.000 a turistas norteamericanos
Entre los diez finalistas de la categoría cultura de los recién celebrados Premios Bitacoras.com, encontramos "Historias de nuestra Historia", un blog en el que habitualmente se publican curiosas anécodotas del pasado desconocidas para el gran público.
En su última entrada, su autor Felix Casanova se hace eco de la «obra y milagros» de Arthur Ferguson, un audaz escocés que durante la primera mitad del siglo XX consiguió estafar a decenas de personas, mayoritariamente estadounidenses, a través de la venta fraudulenta de grandes momumentos.
Su andadura comenzó en el verano de 1923 cuando, haciéndose pasar por guía oficial de la ciudad de Londres, consiguió convencer a un multimillonario americano que contemplaba absorto la estatua del almirante Nelson de Trafalgar Square, de que, debido a la mala situación económica del estado británico, el gobierno la había puesto a la venta a un módico precio de seis mil libras esterlinas. Por supuesto sólo se vendería al postor que supiera reconocer su valor y velara por su protección. Más tarde, Scotland Yard se encargaría de recordarle que el munumento no estaba en venta y que había sido víctima de una solemne estafa.
Como una «chatarra»
Fue el mismo verano que otros dos compatriotas estadounidenses denunciaron que habían pagado a una persona dos mil libras esterlinas por el Palacio de Buckingham y mil por el Big Ben. Efectivamente, también habían caído en las garras de Ferguson, que para entonces ya había viajado a la capital francesa. Allí se las arregló para vender la Torre Eiffel como «chatarra» a un precio desconocido y a arrendar la Casa Blanca a un ganadero de Texas por 99 años. Su oferta de 100.000 dólares al año, requería el primer año de renta por adelantado.
Su golpe final llegó en terreno estadounidense, junto a la emblemática Estatua de la Libertad, donde trató de convencer a un australiano de que estaba en venta porque el puerto debía ser ampliado y eso incluía quitar de en medio el monumento. Pero Ferguson cometió el error de ser fotografiado junto al comprador, que bajo sospecha, llevó la imagen a las autoridades que por fin pudieron darle caza. Su estancia en prisión fue corta. Apenas cinco años tras los cuales se mudó hasta Los Ángeles donde, según cuentan, continuó su particular carrera comercial hasta su muerte en 1938.
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