La sala supuestamente estaba llena de una banda de motociclistas tatuados y enojados. Y sólo había dos asientos disponibles en el medio del salón.
Sus reacciones no tienen precio. Muchas abandonaron el lugar y otras se arriesgaron a lo desconocido. Al final, el precio por su audacia fue un buen sorbo de cerveza.
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Fuente: contexto.com.ar
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