-¿Son españoles?’, preguntó Stephen trepando a la cofa.
-Claro que lo son. Mira sus masteleros”
Esta conversación, que es ficticia, se produjo entre el doctor Stephen Maturin y el
capitán Jack Aubrie, al mando de la ‘Lively’ (todavía no mandaba su conocida ‘Surprise’). El diálogo fue escrito por Patrick O’Briandentro de la novela ‘Capitán de Navío’, segunda entrega de la célebre serie que inspiró la película‘Master & Commander’. O’Brian recogió así el encuentro entre una escuadra inglesa y otra española frente al Cabo de Santa María, en el Algarve. El genial escritor irlandés modificó algunos nombres y le echó literatura al suceso, pero todos sus ‘fans’, que son legión, saben que ese encuentro fue el que produjo el hundimiento de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes el día 5 de octubre de 1804.
Una acción contra cualquier norma civilizada
Es un tesoro cubierto de desgracia, símbolo de un acto de piratería entre naciones que nunca debió producirse y que llevó a España al desastre de Trafalgar, la batalla que supuso que nuestro país dejara de ser una potencia de primera línea.
La ‘Mercedes’ había sido construida en La Habana en 1789. Era una de aquellas fragatas españolas de última generación, fruto del impulso de José Patiño, el ministro que revolucionó la Real Armada. Eran barcos modernos, de líneas limpias y elegantes, muy marineros. Artillaba 36 cañones y llevaba una dotación de 300 hombres, que no estaba completa cuando llegó frente al Cabo de Santa María.
Su última misión había empezado meses antes, cuando Godoy, primer ministro de Carlos IV, envió una flotilla a Sudamérica para traer a España caudales públicos y privados recaudados en Argentina y Perú. Había dinero del Estado, pero también de comerciantes. En los barcos venían, además, pasajeros civiles. Partieron de Montevideo en un convoy compuesto por las fragatas ‘Mercedes’, ‘Fama’, ‘Clara’ y ‘Medea’, todas fragatas.
Al mando de la flotilla estaba el cántabro José de Bustamante y Guerra, brigadier, uno de los mejores marinos del momento y veterano de la expedición Malaspina. Enarbolaba su insignia en la ‘Medea’. Por su parte, la ‘Mercedes’ estaba en manos del capitán de navío Manuel De Goicoa y Labart. A las ocho de la mañana de ese 4 de octubre de 1805, la ‘Clara’ alertó al resto de la flota de que veía velas por el noreste. El convoy siguió navegando tranquilo: España estaba en paz con Inglaterra y no se esperaban actos hostiles. Además, no había corsarios ni piratas capaces de hacer frente a los 148 cañones que llevaban los barcos de Bustamante.
España estaba en paz con Inglaterra
Pero el brigadier desconfía. Y lo hace todavía más cuando los barcos británicos, también cuatro fragatas, destacan un bote para parlamentar. Su comodoro, Moore, envía oficiales para informar de que va a retener la escuadra española. Bustamante no se arredra y envía a Moore un mensaje claro: las fragatas españolas defenderán su honor. Todavía no se había abarloado el bote inglés a su nave capitana, la ‘Indefatigable’ cuando Moore ordenó lanzar un cañonazo de aviso y sus barcos pasaron al ataque. Superiores en dotación y armamento, los ingleses tenían la iniciativa y el viento a favor.
Combatiendo casi de penol a penol, pronto cobraron ventaja en el choque. El cañoneo es tremendo y, de repente, un estampido tremendo deja sin aire a los combatientes: se ha volado ‘La Mercedes’ tras recibir un cañonazo del ‘Amphion’ en la ‘santabárbara’, el pañol de la pólvora. De repente, 249 hombres y mujeres desaparecen de la superficie del mar. Sólo se pudo rescatar 50 náufragos.
El resto de barcos españoles maniobra como puede, con una marinería muy poco combativa. La ‘Fama’ logra romper el contacto y huir hacia Canarias. Pero la ‘Lively’, más rápida y menos dañada, le da caza por la popa y pronto la apresa. Sobre su cubierta yace muerto su capitán, Miguel Zapiain. Siete cañonazos muy cerca de la línea de flotación ponen en peligro el barco.
A la vista de los hechos, el Brigadier Bustamante rinde las naves que le quedan. Los ingleses las repararon y se las llevaron a Gibraltar y, de allí, a Inglaterra. Con ellas se llevaron un botín de más de tres millones de pesos.
Por cierto: en su miseria, el Almirantazgo inglés no quiso entregar los 60.000 pesos que correspondían a las viudas y huérfanos de sus marinos muertos en la acción. Y a punto estuvo de no pagar los más de 200.000 que correspondían a los combatientes, según las ordenanzas del momento.
Desequilibrio en el orden internacional
El combate sacudió a Europa. La propia prensa inglesa se echó encima de sus políticos y militares. Un periódico londinense escribió: “Un gran delito acaba de cometerse. La ley de las naciones ha padecido la violación más atroz: una potencia amiga ha sido atacada por nuestra fuerza pública en medio de una profunda paz”.
A la luz del derecho internacional y marítimo, el ataque a la escuadra de Bustamante no se justifica. Ni entonces, ni ahora. Pero, más allá, para España supuso un golpe letal: apenas dos meses después, el gobierno de Carlos IV declaraba de nuevo la guerra a Inglaterra y se echaba en brazos de Napoleón.
Un año después del combate de Cabo de Santa María, la flota combinada hispano-francesa era destruida por Nelson en aguas de Trafalgar y, con los barcos, se hundía lo que quedaba del poderío imperial de España. También algunos de sus mejores cerebros. A partir de ahí, en un lento goteo, el imperio colonial se deshacía. Misión cumplida
Ahora, después de 208 años, España logra recuperar el tesoro de ‘La Mercedes’, elmayor cargamento de riquezas sacado nunca del fondo del mar. El brigadier Bustamante puede descansar un poco más tranquilo.
Seguramente no descansa así el mayor general Diego de Alvear, segundo comandante de la escuadra. Con uno de sus hijos, navegaba a bordo de la ‘Medea’ y luchó al lado de Bustamante. Tuvo que ver impotente cómo la ‘Mercedes’ volaba por los aires. En ella, junto a marineros y soldados, viajaban su mujer y sus otros siete hijos. Volvían a España tras vivir en América y nunca se encontraron sus cuerpos.
En cambio, el mar si devolvió vivo a la granadino Pedro Afán de Ribera, teniente de navío. Su declaración de los hechos, escrita en 1804, ha sido clave para demostrarle al mundo y a los tribunales que el tesoro de la ‘Mercedes’ es español.
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