Jenny nació en 1953 en la zona rural de Inglaterra. Desde muy niña soñaba con una mujer llamada Mary, madre de ocho niños. “Los sueños eran tan reales que siempre supe que había vivido antes, ya que guardaba recuerdos de haber sido una joven irlandesa muerta 20 años atrás. Aquel recuerdo me generaba una gran angustia por los hijos que ella abandonó”.
Cuanto tenía cuatro años, Jenny le preguntó a su mamá por qué su profesor de catecismo nunca mencionaba las vidas pasadas cuando hablaba de la vida y la muerte y ante la actitud comprensiva de su madre, entendió que la reencarnación se consideraba sólo como una creencia.
A los ocho años, las premoniciones reveladas en mis sueños renovaron mi confianza. Comencé a desarrollar el sentido de mi “normalidad”, compartiendo el secreto con poca gente. En ese entonces, la mayor parte del tiempo la vivía en el mundo de Mary”.
No obstante, en su adolescencia empezó a concentrarse en su vida actual; terminó sus estudios y se graduó de podóloga. Luego, se casó con Steve y se fueron a vivir a Northants, condado interior de Inglaterra, con los dos hijos nacidos en su matrimonio, lo que hizo que sus incursiones en el pasado se hicieran menos frecuentes, aunque inesperadamente le surgían recuerdos de dibujos de la infancia, de iglesias y de mapas y sus sueños fueron cuidadosamente guardados en su agenda, pues intuía que algún día el tiempo y el dinero le permitirían seguir las huellas de esos recuerdos.
“Mis días estaban llenos de escenas de la pequeña casa de Mary, de color marrón claro, protegida del camino por un muro de piedra, con terrenos pantanosos por detrás, un riachuelo y un huerto de hortalizas. Mary pasaba la mayor parte del tiempo cocinando; las papas y la harina de avena constituían la dieta diaria ya que no alcanzaba el dinero para carne.
Al poco tiempo surgieron en su mente nuevas imágenes. Una mostraba los últimos momentos de Mary, quien se estaba muriendo, aterrada y sola en un hospital. Tenía apenas 35 años, pero las complicaciones del parto debilitaron su cuerpo y pese a que la elevada fiebre distorsionaba la realidad, se aferraba a su hogar y a sus hijos y un terrible miedo la dominaba: “¿Qué será de mis hijos cuando yo muera? ¿Qué será de mis hijos Dios mío?”, lo cual ocurrió, “liberándola” de una vida difícil.
21 años después nacía Jenny Cockell en una familia de clase media. Era una niña solitaria cuyos días estaban llenos de imágenes de otro tiempo y espacio y sus noches colmadas de un inquietante sueño al conocer la angustia de una mujer condenada a morir dejando a sus hijos abandonados. “Yo lloraba como ella; sentía su dolor como el mío y tenía miedo por el incierto futuro de los niños.
Cuanto tenía cuatro años, Jenny le preguntó a su mamá por qué su profesor de catecismo nunca mencionaba las vidas pasadas cuando hablaba de la vida y la muerte y ante la actitud comprensiva de su madre, entendió que la reencarnación se consideraba sólo como una creencia.
A los ocho años, las premoniciones reveladas en mis sueños renovaron mi confianza. Comencé a desarrollar el sentido de mi “normalidad”, compartiendo el secreto con poca gente. En ese entonces, la mayor parte del tiempo la vivía en el mundo de Mary”.
No obstante, en su adolescencia empezó a concentrarse en su vida actual; terminó sus estudios y se graduó de podóloga. Luego, se casó con Steve y se fueron a vivir a Northants, condado interior de Inglaterra, con los dos hijos nacidos en su matrimonio, lo que hizo que sus incursiones en el pasado se hicieran menos frecuentes, aunque inesperadamente le surgían recuerdos de dibujos de la infancia, de iglesias y de mapas y sus sueños fueron cuidadosamente guardados en su agenda, pues intuía que algún día el tiempo y el dinero le permitirían seguir las huellas de esos recuerdos.
“Mis días estaban llenos de escenas de la pequeña casa de Mary, de color marrón claro, protegida del camino por un muro de piedra, con terrenos pantanosos por detrás, un riachuelo y un huerto de hortalizas. Mary pasaba la mayor parte del tiempo cocinando; las papas y la harina de avena constituían la dieta diaria ya que no alcanzaba el dinero para carne.
Al poco tiempo surgieron en su mente nuevas imágenes. Una mostraba los últimos momentos de Mary, quien se estaba muriendo, aterrada y sola en un hospital. Tenía apenas 35 años, pero las complicaciones del parto debilitaron su cuerpo y pese a que la elevada fiebre distorsionaba la realidad, se aferraba a su hogar y a sus hijos y un terrible miedo la dominaba: “¿Qué será de mis hijos cuando yo muera? ¿Qué será de mis hijos Dios mío?”, lo cual ocurrió, “liberándola” de una vida difícil.
21 años después nacía Jenny Cockell en una familia de clase media. Era una niña solitaria cuyos días estaban llenos de imágenes de otro tiempo y espacio y sus noches colmadas de un inquietante sueño al conocer la angustia de una mujer condenada a morir dejando a sus hijos abandonados. “Yo lloraba como ella; sentía su dolor como el mío y tenía miedo por el incierto futuro de los niños.
“Un día, de niña, sentí la seguridad que si pudiera mirar un mapa de Irlanda sabría con certeza donde estaría situado el pueblo y podría compararlo con los mapas que había estado dibujando. Cuando tuve un mapa hice varios intentos y cada vez volvía al mismo sitio, a un lugar llamado Malahide, situado al norte de Dublín. En los sueños veía a los niños. El mayor, de 13 años, seguro de sí mismo; una niña vivaz; cuatro niños más pequeños; una niña rubia de 5 años y un recién nacido.
En cuanto a Mary, los recuerdos eran tan claros que la veía con su cabello largo recogido en un moño y en una ocasión, esperando en un embarcadero, arropada con un manto, mirando hacia el mar. Iba allí a menudo, pero nunca pude recordar por qué o a quién esperaba. Cuando nacieron mis hijos actuales me convencí que tenía que encontrar a mi familia perdida. Recurrí a la hipnosis regresiva y tras varias sesiones inicié un incansable periplo por Inglaterra e Irlanda, intentando armar las piezas del misterioso rompecabezas”.
Al encontrar un mapa detallado de Malahide, Jenny vio por vez primera la evidencia física que verificaba sus dibujos. La carretera a Dublín, la estación de ferrocarril y otros lugares destacados correspondían exactamente. Entonces se comunicó con expertos en reencarnación, pidiéndoles ayuda para poder descifrar el enigma. Con ellos aceleró la búsqueda. En 1988, un hipno-terapeuta le inició en una investigación profesional sobre vidas pasadas. De este modo, la hipnosis abría una caja de Pandora.
En una ocasión se vio por encima de su cuerpo mirando su cascarón vacío tendido en la cama y su marido inclinado en desesperación. “Las intensas sesiones de hipnosis para recordar me dejaban agotada y confundida entre la auto-conservación y las angustias del pasado”. En junio de 1989 Jenny pudo visitar Malahide. Cuando llegó ya “conocía” los alrededores. Se dirigió a la iglesia y vio el edificio que había dibujado cuando era niña. La carnicería aún estaba allí. Luego de andar por varios sitios, observó que la pequeña casa había sido destruida, permaneciendo sólo restos de ella, como los cimientos de un muro de piedra cubiertos de setos, hierba y flores silvestres.
Conocido el extraño caso, la búsqueda se aceleró y varios medios de comunicación participaron, al punto que la BBC se interesó en la historia y la dio a conocer públicamente. De esta forma, un granjero que vivía cerca de la casa recordaba la familia y proporcionó el apellido que Jenny nunca pudo recordar: Sutton. Él contó que luego de la muerte de Mary, los niños fueron llevados a orfanatos, mientras que un sacerdote de Dublín encontró las partidas de bautismo de seis de los niños: Jeffrey (1923), Philomena (1925), Christopher (1926), Francis (1928), Bridget (1929) y Elizabeth (1932). No se hallaron las de los dos hijos mayores, Sonny y Mary. En marzo de 1990 un contacto en Dublín encontró el certificado de defunción de Mary Sutton: “Fallecida en el Hospital Rotunda de Dublín el 24 de octubre de 1932, a causa de gangrena, pulmonía y toxemia”. Al fin Jenny tenía la certificación oficial que necesitaba.
Posteriores anuncios en la prensa dieron con la pista del tercer hijo, Jeffrey, en Irlanda, quien le dio las direcciones de sus hermanos Sonny, Francis y Christopher. “Después de contactarlos por fin fuí capaz de aceptar emocionalmente que habían crecido. Sabía que ellos tendrían ahora entre 50 y 60 años de edad, pero necesité el contacto real para liberarme de esa parte de mi memoria que me hacía creer que aún eran niños. Sin embargo, mis sentimientos continuaron siendo fuertemente maternales, pero pude comprender que ahora eran autosuficientes y me sentí extrañamente libre”.
Al conversar con Sonny, el hijo mayor que vivía en Inglaterra, Jenny le describió la casa en Malahide, lo cual fue confirmado por Sonny. Él le ratificó que ciertamente eran ocho hijos. Al escucharla, Sonny respondía con entusiasmo. Cuando Jenny se refirió al conejo atrapado, sorprendido le preguntó: “¿Cómo sabías eso?”. Luego Jenny se refirió a Mary esperando sola en el embarcadero. “Te diré porque recuerdas ese embarcadero”, dijo Sonny. “De niño solía hacer de cadi en la isla para los jugadores de golf y al anochecer, mi madre me esperaba en el embarcadero para regresar juntos a casa. El manto que llevaba la protegía del intenso frío”. Entonces, Sonny habló de su padre y Jenny entendió porqué lo había borrado de sus sueños. John Sutton tenía un buen empleo pero gastaba su dinero en el bar. Maltrataba a Mary y, le pegaba a los niños con una correa. La reservada prudencia de Mary y su eterna falta de dinero empezaron a cobrar sentido. La preocupación que tenía por el futuro de sus hijos se debía al mal proceder de su esposo y su duda sobre él para cuidar de ellos.
Los chicos fueron internados en un orfanato de Hermanos Cristianos, las niñas en una escuela de monjas en Dublín. Sonny permaneció en casa con su padre y vivió una desdichada existencia durante cuatro años, trabajando largas horas fuera de casa y soportando palizas. A los 17 años se unió al ejército y Mary, la hija mayor, volvió a casa. Luego se casó y murió a los 24 años al dar a luz. Jenny llegó a conocer a cinco de los hijos. Algunos, ya muy mayores, la reconocieron como su madre reencarnada, mientras que otros creyeron que ella la utilizaba para comunicarse con ellos.
Jenny luchó por buscar a los hijos que había dejado huérfanos y no descansó hasta conseguirlos. Ahora la familia está en paz. ¡El amor es una energía tremendamente poderosa! Nunca perdemos a nuestros seres queridos ni dejamos de volver a ellos. Este extraño caso real se encuentra relatado en el libro Los hijos del ayer, publicado en Inglaterra y en la película Yesterday’s Children, protagonizada por Jane Seymour.
Fuente: contexto.com.ar
Muchos sabemos que esto es verdad.
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