Por donde ahora pasean turistas, amantes del bocadillo de calamares y en Navidad aficionados de los belenes, hace tres siglos solo había ejecuciones, muertos y sangre. Mucha sangre. Hasta el año 1765 este hito de la capital se convirtió en el lugar elegido por la Inquisición para ajusticiar a los infieles. Cientos de personas exhalaron su último aliento con los soportales y el suelo empedrado como última visión. Tanta muerte rodeó a esta plaza durante años, que son muchas las leyendas de fantasmas que la contemplan. Por encima de todas se encuentra la de Cirilo, el fantasma «oficial» de la Plaza Mayor. Quien no lo ha visto –dicen– no ha estado de verdad en ella.
Durante los siglos XVII y XVIII las ejecuciones en la plaza eran el pan nuestro de cada día. Las crónicas apuntan que el patíbulo se situaba en el Portal de Pañeros si eran ejecutados mediante garrote. Los que morían en la horca eran colgados frente a la Casa de la Panadería, mientras que en la Casa de la Carnicería morían los ajusticiados mediante hacha.
Los vecinos de las viviendas que daban a la plaza no tardaron en propogar historias sobre los lamentos, gritos y crujir de cadenas que se oían cuando llegaba la noche. Los fantasmas de la Plaza Mayor comenzaron a formar parte de la memoria colectiva de los madrileños en aquellos tiempos. El más célebre de todos ellos es Cirilo que, al parecer, tiene la costumbre de aparecerse a aquellos rezagados que suelen cruzar la zona a altas horas de la madrugada, cuando ya casi no queda nadie bajo sus soportales. Los turistas despistados o los borrachos de fin de semana son sus «víctimas» preferidas. Cuentan las leyendas que fue uno de los primeros ajusticiados.
La «maldición» del fuego
Las leyendas sobre fantasmas comenzaron a aparecer tras el primer incendio que asoló la Plaza Mayor en 1631. Las llamas devastaron más de cincuenta casas durante los tres días que tardaron en extinguirlas. Los madrileños pensaron que el fuego era una maldición de las hordas diabólicas que habían enviado a la tierra los ajusticiados anteriormente en la misma plaza. Por ello comenzaron a poblar la zona con imágenes de vírgenes y santos.
Espectros paseando por la noche sin ningún pudor, extraños lamentos nocturnos, cambios de temperatura y percepción de malos olores... Estas visiones y sensaciones eran habituales en los chascarrillos de la época. Todavía hoy, de vez en cuando, alguien se acuerda de Cirilo al ver una sombra o un haz de luz que pasa por la Plaza Mayor. No son pocos los grupos de curiosos y amantes de lo oculto que organizan recorridos por la zona para intentar buscar alguna pista del fantasma que lleva tres siglos velando por los rincones del cuadrilátero más famoso –y con más historia– del centro de Madrid.